Mordidas y pausas.
Cada mordida, un dolor intenso en partes del cuerpo y del alma que hasta ese momento no conocía.
Cada pausa, un aumento en los latidos: la expectación y morbo eran insoportables.
Sólo nanosegundos separaban un ametrallador sonido del otro.
Era mi asiático compañero de casa digiriendo su desayuno.