miércoles, octubre 11, 2006

Sábado. 1500 hrs.

Demasiado calor. Al parecer es una condición inherente al día sábado… en especial a las 3 de la tarde.

Cámaras, bolsos y trípodes son nuestros fieles acompañantes durante la travesía hasta lo más alto de Viña del Mar. El trayecto es zigzagueante y un poco mareador en los primeros viajes, pero -como casi todo en la vida- se transforma en una costumbre cuando se repite un par de veces.

La 75 es nuestra micro. Generalmente está llena –o se hace pequeña para nuestro enorme equipaje. Cuando ya hemos subido un poco, comienza la metamorfosis: vamos de pasajeras comunes a documentalistas ‘profesionales’. Las cintas van y vienen de un asiento a otro, mientras nuestros compañeros de viaje miran con curiosidad.

“¿LP o SP?... conecta el micrófono… ¿Juanito te pasó el cable o no?”. Sí, verdaderas profesionales.

Al bajarnos, sabemos que enfrentaremos otra transformación. Ya no seremos Daniela, Silvia, Teresita y Daniela… sino “las tías”. Queridas, abrazadas, saludadas y a veces sobreestimadas, pero siempre “tías”.

La primera vez que subimos, sin cámaras ni artilugios tecnológicos, vimos cómo los monitores del programa de reforzamiento eran recibidos con cariño por varios niños. Nos sorprendió, e incluso pensamos “¡¿por qué no trajimos cámara?!”. Sin embargo, con el paso del tiempo notamos que no es un fenómeno tan difícil de lograr.

La gran acogida que hemos tenido en estos dos meses, contrasta con el prejuicio que existe respecto a Forestal Alto. Si bien nos hemos enterado de situaciones peligrosas en muchos de sus sectores, es lamentable que una toma con más de 500 familias (sólo en la Parcela 11) sea estigmatizada y vetada a priori, sin ser visitada.

Partidos de fútbol, competencias en bici, caminatas hasta el estanque, reuniones de comité y clases de reforzamiento son algunas de las actividades que vivimos cada sábado. Nada tan diferente a lo que pasa abajo, en el resto de la ciudad.


Continuará (¿?)