domingo, noviembre 25, 2007

Visitadoras, calles sin salida y una botella rota.

Luego que Olga murió, las tres decidimos fotografiarnos en poses intelectuales. El camino de regreso fue confuso. El destino no eran precisamente nuestros hogares: era hora de celebrar. Calles en dos, uno (y sin) sentido(s) nos mantenían entre el Alegre y el Concepción. Los ánimos habían decaído, hasta que apareció un espacio dejado por el vehículo del Consulado alemán. El camino a pie fue corto; un hombre con alopecia y bigote a lo Miami Vice nos recibió. El bar poseía de todo: música en vivo, mesas llamativas, encuestas a la carta y una hora feliz que duraba más que eso. Vasos medios llenos, botella que cae tres metros y medio, botella que se rompe, vasos medio vacíos, congoja. Hora triste. Hora de cerveza en el Bitácora. Hora de ir al tocador, y hora de comer chucrut junto al sibarítico muchacho que odia la Viña de los Mares.